Se había casado en su juventud con Gerardo uno de sus múltiples pretendientes, que la había colmado de una vida llena de momentos inolvidables, también habían tenido algún que otro enfado, pero siempre por tonterias que ella había ido dejando pasar porque no tenían una gran importancia.
Sus tres hijos llegaron pronto, como ellos querían, primero llegó Mario un muchachote rubio y muy dulce que iba a convertirla en abuela por primera vez a sus 52 años, dos años después vino Alba que a pesar de trabajar lejos de ellos volvía a casa todos los fines de semana, y por último llegó Matías, el benjamín que acababa de comenzar sus estudios en la universidad.
La vida de Irene transcurria feliz y placidamente, dedicaba las mañanas a trabajar en una organización como voluntaria ayudando a niños de familias desestructuradas a llevar una rutina en sus desorganizadas vidas, por las tardes solía reunirse con sus amigas para tomar un café y cambiar impresiones sobre el último artículo leído en el periódico, la última película de moda o simplemente charlar sobre sus vidas.
Cuando anochecía volvía a su casa, preparaba la cena a su familia y se preocupaba de como les había ido el día a cada uno de ellos, le gustaba estar un rato de sobremesa, sobre todo con su hijo menor, el único que quedaba en casa de forma permanente e interesarse por su vida universitaria y sus proyectos de futuro.
Cuando una mañana Miguel entró a formar parte de la plantilla de trabajadores de la organización como su superior más inmediato le pareció un hombre encantador, con unos grandes valores y con muchas ganas de trabajar y poner en práctica metodos nuevos métodos que alegraran la vida a esos niños.
Pronto se hicieron amigos además de compañeros, antes de tomar cualquier decisión Miguel solía pedirle opinión a Irene y debatían amigablemente sobre el tema, incluso si era un asunto urgente y ella no estaba la llamaba por teléfono para comentarlo antes de tomar una decisión definitiva.
Así fueron pasando los meses y cada vez Irene se sentía más motivada y valorada en su trabajo, Miguel había pasado a ocupar un lugar importante entre sus amistades y valoraba mucho su compañía y su profesionalidad por lo que era habitual verles juntos en las reuniones de trabajo o tomando café en sus descansos.
Llegó el verano y con el las merecidas vacaciones, Irene se fué con su marido, sus hijos y su nuera al piso que tenían en la costa, disfrutó de la playa, reanudo la lectura de libros que había dejado pendientes, realizó compras junto a su nuera para su futura nieta que nacería tres meses después y sobre todo habló sin cesar con toda su familia haciendo planes de futuro.
A pesar de todo ello echaba de menos el trabajo, se descubrió mirando a hurtadillas el teléfono esperando ver una llamada de Miguel, comenzó a darse cuenta de que cuando pensaba en él su estómago era un hervidero de mariposas revoloteando en su interior, los últimos días se le hicieron eternos, contaba las horas que faltaban para volver a su casa, a su rutina diaria.
Ya de vuelta en casa Irene se dedicó a analizar a solas los sentimientos que la invadian, eran sensaciones nuevas para ella, pensó en su juventud con Gerardo y se dió cuenta de que nunca había sentido eso con él, ni siquiera había sentido campanas cuando la besaba como decian sus amigas en aquel entonces cuando hablaban de sus novios, nunca se había sentido transportada al universo fundiéndose con las estrellas cuando hacían el amor, Gerardo era su amigo, su compañero, el padre de sus hijos, su amante...., pero después de toda una vida juntos se daba cuenta de que había algo más.
El primer día de trabajo después de las vacaciones sentía unos nervios desconocidos para ella y cuando por fin vió a Miguel se sintió como una quinceañera tonta que no sabía donde donde posar la mirada, la mañana comenzó un poco tensa por parte de los dos, a la hora del café Miguel le anunció que tenía pensado dejar el trabajo, se sentía superado por la presión a la que se encontraba sometido y estaba convencido de que era lo mejor que podía hacer.
Irene comenzó a reconocer en Miguel miradas de dolor, de silenciosas llamadas de acercamiento que unos meses antes no había sido capaz de interpretar, su corazón luchaba por acercarse a él y finalmente se rompía en mil pedazos por no ser capaz de hacerlo.
El día que se fué definitivamente ni siquiera se miraron a los ojos, el dolor se palpaba en el denso ambiente de la oficina, sencillamente cuando llegó la hora de salida Miguel se levantó despacio de su silla, se puso su chaqueta y con paso lento y cabizbajo salió por la puerta.
Los años pasaban lentos, Irene acababa de tener su segundo nieto, un niño que hacía las delicias de todos junto a su hermana Rocio, ellos la alegraban los días por eso intentaba pasar el mayor tiempo posible a su lado, mientras tanto cada mañana miraba la puerta de la oficina esperando ver entrar a Miguel, y cada noche soñaba sus ojos hablándola en silencio de amor, de promesas ocultas para la razón pero deseadas por el corazón.
Soñar es sano y amar también; pero respetar y no hacer daño a nadie es más sano todavía. Contenerse es difícil y dejarse llevar muy fácil.
ResponderEliminarAhora bien, falta una mente clara como la de Irene o la de MIguel para encontrar el equibrio entre ambos puntos.
Besitos, compi.
Ayyyy, cuantos recuerdos me ha traido Irene.
ResponderEliminarMejor no lo cuento, pero si, yo tambien hice una vez un descubrimiento como ella.
El corazón no entiende de razones ni de conveniencias familiares a la hora de enamorarse.
Luego la cabeza pone trabas al corazón.
Un besito
Me ha partido el corazón (y la razón...) Difícil situación, difícil decisión. Muy pero muy bien relatado, y me voy con un sabor extraño...
ResponderEliminarBesotes.
Una historia entre dulce y dolorosa que no quisiera pasar. El amor, cuando llega a destiempo -o quizás, no hay tiempo indicado (?)- puede causar mucho daño, no sólo a ambos implicados, sino a todo su entorno. Sé de una historia parecida donde ella, si bien se sintió rejuvenecer, sentía terrible culpa, por la que nunca pudo ser feliz. En fin, cada quien sabe de su propia realidad.
ResponderEliminarabrazos.
Una historia con final al uso
ResponderEliminarde la razón, pero que bello sería
poder vivirla con el corazón.
Ocurre así más veces de lo que
creemos.
Feliz domingo Mar.
Besiños.