Llevaba tiempo pensando en ella, en la compañera de mi juventud, la que poseía en su interior todos mis recuerdos, mis secretos más íntimos, esos que apenas había sido capaz de expresar en voz alta.
Me acompañó durante años, inalterable al paso del tiempo, aguantando mis cambios de humor. Conoció cada uno de mis amores y desamores, todas mis sonrisas y lágrimas, mi parte de locura y de sensatez, y a pesar de todo ello jamás me abandonó. Tuve que ser yo quien la arrinconara en el fondo de mi memoria olvidando su lealtad y disposición de tanto tiempo.
Ahora, pasados los años, su recuerdo vuelve a mí y me pregunto donde estará, en qué lugar la deje olvidada, y si todavía ella me recordará.La busco, cada día recorro algún rincón de los que acostumbrábamos, esperando su presencia en cualquiera de ellos, pero es inútil.
En su lugar aparecen otras muchas que intentaron ocupar su espacio, pero que pasaron junto a mí momentos efímeros que apenas recuerdo.Las miro, observo su belleza, sin duda ellas son mucho más bonitas por fuera, mucho más delicadas, su aspecto es mucho más valioso que el de mi compañera de juventud; pero yo sigo buscándola a ella, más vulgar, sí, pero infinitamente más importante para mí.
La había dado ya por perdida, olvidada en algún peldaño de mi vida al que ya no puedo volver. Me había apenado por su ausencia y la había llorado en silencio, como si con ella mi pasado desapareciese poco a poco de mi memoria y llegara un día en el que ya no fuera capaz de recordarlo.
Pero un día, sin apenas ya esperarlo, la encontré frente a mí. Mi compañera incondicional llevaba años esperándome en un rincón apartado, en el lugar donde estaban apretujados mis más preciados tesoros esperando que un día los echara de menos y acudiera en su busca.
Temí que no me reconociese después de tanto tiempo. Me entristeció su aspecto, estaba sucia y era incapaz de comunicarse conmigo de ninguna manera. La cogí con suavidad, como si se fuese a desintegrar entre mis dedos. La lavé cuidadosamente y la sequé con mimo. Pensé que debía tener sed, pero yo no estaba segura de que después de tanto tiempo el líquido fuese a recorrer su cuerpo como si nada hubiera pasado. Estaba dispuesta a cuidarla aunque ya no me reconociese, a tenerla más cerca de mí y no volver a olvidarla.
Su aspecto mejoró notablemente con mis cuidados, casi parecía que los años no habían pasado por ella, incluso creí que me miraba con cara de reconocimiento. Así que decidí que había llegado la hora de la verdad.
Puse un papel en blanco frente a ella y sin más las palabras volvieron a brotar ininterrumpidamente entre nosotras.
Mi pluma, mi vieja pluma, había resucitado.
Buen canto a la añoranza. Me gustó la imagen del rincón donde estan apretujados los más preciados tesoros. Todos tenemos alguno.
ResponderEliminarun beso
Me alegra que tu amiga
ResponderEliminarhaya vuelto a cobrar vida
y guiada por tí nos haya
dejado esta ternura de relato.
Un beso
Mar...cuánto tiempo sin ver tus letras de azul marino intenso.
ResponderEliminarLe das el vuelco al escrito, pero...de verdad, se desprenden ausencias desprendidas por los años, por mil cosas. Llevo en el corazón escrita con tinta azul de pluma azul, esa amiga perdida, esa parte de mi.
Besitos y hasta pronto amiga.
jejeje conseguiste engañarme y hacerme caer en tu astuta estrategia de pensar en que se trataba en verdad de una persona!...qué lindo es lograr remontar la memoria hacia aquellos lejanos tiempos en que fuimos niños y nos disponíamos a crecer!
ResponderEliminarUn abrazo
Personas que no se olvidan que siempre quedan con nosotros, personas que se admiran, que no se pretenden dejar ir.
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